El sentido

Los ojos de la luminiscencia nos observan vagar por caminos llenos de espinas que nos atacan. Estas espinas son capaces de clavarse hasta en el espíritu más errante, solitario o vacío, incapaz de crear el amor, imposibilitado para confiar en el destino.

Nos miramos desde una lejana sombra que con paciencia va cubriendo esos senderos cada vez más sentidos. Entonces pienso... ¿cuál, qué cómo, quién, dónde es / está el sentido? Para qué lo queremos, si de todas formas los segundos más felices son aquellos que pasan sin sentido... riéndonos de nada, llorando si hacemos el amor más real, ungiéndonos de emociones tardías que nos brindaban aquellas miradas, palabras, canciones; aquellos besos, silencios, abrazos que eran reales solo por estar ahí...

Pero entonces aparece el sentido, que se empeña en hilvanar nuestras vidas y destroza aquello que sobre el aire se formulaba como el amor verdadero, como el amor sin cuerdas, con locuras, ese amor que se va fundiendo con el miedo hasta quedar destrozado por el olvido.