El amante (II) · Marguerite Duras
























Tenía miedo de mí, tenía miedo de Dios. Cuando amanecía, tenía menos miedo y menos grave parecía la muerte. Pero el miedo no me abandonaba. Quería matar, a mi hermano mayor, quería matarle, llegar a vencerle una vez, una sola vez y verle morir. Para quitar de delante de mi madre el objeto de su amor, ese hijo, castigarla por quererle tanto.

Podría engañarme, creer que soy hermosa como las mujeres hermosas, como las mujeres miradas, porque realmente me miran mucho. Pero sé que no es cuestión de belleza sino de otra cosa, sí, de otra cosa, por ejemplo, de carácter. Parezco lo que quiero parecer, incluso hermosa si es eso lo que quieren que sea, hermosa o bonita, bonita, por ejemplo, para la familia, solamente para la familia no, puedo convertirme en lo que quieren que sea. Y creerlo. Creer, además, que soy encantadora. En cuanto lo creo se convierte en realidad para quienes me ven y desean que sea de una manera acorde con sus gustos, también lo sé. Así, puedo ser encantadora, a conciencia, incluso si estoy atormentada por la estocada a muerte de mi hermano.

1 comentarios:

Hank dijo...

El poder del autoconvencimiento y la profecía autocumplida. La fuerza interior y las expectativas del entorno. ¿A dónde nos lleva?