El amante · Marguerite Duras
























Habría que prevenir a la gente de esas cosas. Enseñarles que la inmortalidad es mortal, que puede morir, que ha ocurrido, que sigue ocurriendo. Que no se muestra como tal nunca, que es la duplicidad absoluta. Que no existe nunca en los pormenores sino en el principio. Que algunas personas pueden detectar la presencia en esas gentes, también pueden ignorar que pueden hacerlo. Que la vida es inmortal mientras se vive, mientras está con vida. Que la inmortalidad no es una cuestión de más o menos tiempo, que no es una cuestión de inmortalidad, que es una cuestión de otra cosa que permanece ignorada. Que es tan falso decir que carece de principio y de fin como decir que empieza y termina en la vida del alma desde el momento en que participa del alma y de la prosecución del viento. Mirad las arenas muertas del desierto, el cuerpo muesto de los niños: la inmortalidad no pasa por ahí, se detiene y los esquiva.

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